Nominada a los Óscar y los globos de oro en 2018, esta película de Mamoru Hosoda destaca primero por su corta duración respecto al resto de sus obras, sobrepasando por muy poco la hora y media de metraje. Aun así, en tan poco tiempo es capaz de ponernos en el lugar de Mirai, una niña que debe aprender a vivir con su recién nacido hermano. Esta aventura familiar, con tintes fantásticos como en todas las películas del director, es quizá la más cercana de todas. No solo nos expone la realidad, sino que se asegura de que en ella estén todos los momentos mágicos que hacen tan preciados nuestros recuerdos.

La animación de esta película es especialmente bonita, mezclando el tono infantil y divertido con la realidad de cada momento. Veremos evolucionar a los personajes, cómo sus sentimientos van cambiando a medida que van resolviendo sus conflictos, y también vislumbraremos un poco el valor de la familia, la posición social de sus miembros, la mujer en la unidad familiar… Temas que Hosoda ya ha tratado en otras de sus películas, pero en la que ahora centra todo el protagonismo en los niños, su punto de vista y su vivencia de las situaciones cotidianas, desde la inocencia y emotividad de su corta edad. No quiero entrar en más detalles sobre el argumento, para no hacer spoiler sobre las aventuras de estos dos hermanos.

Reconozco que, de todos los cortometrajes del autor, Mirai es quizá el único que solo he visto una vez, porque su calidez y sencillez me dejaron tan satisfecha esa primera vez, que no he sentido la necesidad de volver a verla. Por ello puedo decir con total certeza que es una película para todos los públicos, que os recomiendo para ver en familia, con un álbum de fotos cerca, porque seguro luego os entran ganas de hojearlo.