Un viejo amigo regresa al barrio tras varios años de ausencia y le cuesta reconocer el mundo en el que creció. A Zero le gustaría hacer algo por él, pero se da cuenta de que es incapaz de ayudarle a sentirse de nuevo como en casa

Zerocalcare nos tiene acostumbrados a que toda su obra gire en torno a su vida y a las problemáticas de los barrios humildes de la periferia de Roma. En esta ocasión, para hablarnos de la complejidad humana y de cómo la dinámica antagonista que solemos asumir es una falacia que nos atrinchera en bandos, sitúa la historia en el contexto de la apertura de un centro de acogida de refugiados en el barrio donde reside.

En este periplo, Zero empieza a experimentar una vida más estructurada, pues está triunfando como dibujante y está a punto de producir una serie con Netflix. Sin embargo, esta estabilidad lo confronta con la dura realidad de su entorno. Cesare, un viejo amigo de la infancia, lo hace replantearse la distancia que ha tomado respecto a sus orígenes.

Zero debe enfrentar temas complejos como la adicción, la indiferencia de la sociedad hacia quienes han pasado por el sistema penitenciario y los dilemas morales de ser un personaje semiconocido que podría marcar la diferencia en decisiones cruciales, como la retirada o acogida de los refugiados en su ciudad. Además, surge la pregunta de si el egoísmo ocasional y el no velar siempre por el colectivo tienen algún sentido.

Este conflicto se refleja en el personaje de Sara, quien finalmente ha encontrado su lugar en el mundo, pero ve peligrar todo esto por la presencia del centro de acogida. En este punto, Sara debe decidir entre su propio bienestar o sus principios morales y el bien colectivo. Ella elige su bienestar, convirtiéndose en objeto de crítica para sus allegados, quienes la ven como una traidora que ha optado por su propio beneficio.

A todo esto, la serie suma una crítica política interesante, que invita a cuestionarse la aparente falta de diferencia entre paradigmas políticos y cómo, al final del día, las ideologías velan más por su supervivencia que por el bienestar de quienes las acogen. Esto, junto con el característico estilo artístico de Zerocalcare —con su humor ácido, toques de ironía y estilo visual caricaturesco—, da forma a una narrativa profunda pero accesible, que equilibra bien el peso de sus temas serios con momentos de ingenio y ligereza.

Así, Este mundo no me hará mala persona se convierte en un recorrido breve pero intenso, que no nos dejará indiferentes y nos pondrá frente a un espejo, llevándonos probablemente a replantearnos muchas cuestiones personales.