La Inteligencia Artificial está cada vez más presente en la educación y el día a día de los alumnos, pero hacer un buen uso de ella no es solo pautar dónde y cuándo se utiliza.

Desde hace años, el término de nativos digitales sirve para señalar a esos niños que han crecido con pantallas y «saben hacer muchas cosas» según sus familiares. La realidad es que la mayoría consume horas y horas de YouTube al día sin gestionar listas de reproducción, el guardado de vídeos y otras funcionalidades básicas. ¿Saben usar la tecnología? No, imitan comportamientos, y solo cuando se les muestran sus posibilidades, puede que su curiosidad despierte el aprendizaje digital real.

Por todo esto, el curso pasado no presenté la IA  a mis alumnos con un chat en el que volcar preguntas (para eso ya tenemos las búsquedas de Google). En su lugar les puse el vídeo que podéis ver más abajo. Al principio me pidieron que subiera el volumen (no os preocupéis, no os hará falta) y luego se quedaron obnubilados hasta el final: explicándose mutuamente cómo funciona la aplicación, teorizando sobre otras utilidades y el impacto que podría tener en el mundo. Su curiosidad genuina despertó un debate, con preguntas que podíamos o no contestar y reflexiones que nos llevaron hasta los riesgos de la IA.

En internet podemos encontrar cientos de tutoriales sobre el uso de la Inteligencia Artifical, comparativas sobre sus modelos, ejemplos prácticos… pero el pensamiento crítico y la creatividad para su uso nacen de la mente humana. Las máquinas ya están en nuestro día para repetir tareas, somos nosotros los que debemos aportar las ideas para generar un cambio real, un bienestar superior para todos, y para ello hay que aprender a observar, analizar y reflexionar sobre el mundo que nos rodea. Eso es lo que quise enseñarles y sobre lo que os invito también a reflexionar. El debate no es si utilizar la IA en educación o no, es presentarla como una herramienta para hacer realidad proyectos que puedan cambiar nuestra vida.