Noches blancas, de Dostoievski, es una historia desgarradora, fría y cruel que en pocas páginas procura mecerte; más bien te sacude y te arroja al abismo de la melancolía de un joven que narra su travesía solitaria en un mundo poblado de sinsentidos. Nuestro protagonista no tiene nombre, ni lo necesita. La obra transita de manera atemporal y universal, sin requerir de un rostro concreto para que la sientas, para que te ahogues en ella a cada instante.
La soledad es el eje imperante en la primera parte de la obra: vemos a un joven habituado a una vida mediocre y pobre, donde los únicos placeres mundanos son los pequeños paseos a la ribera de un río. Nada más. El resto es anodino, insuficiente, teñido de una melancolía impostada, nacida de futuribles imposibles y pasados inexistentes. Todo ello amalgamado con el inefable deseo de no morir en soledad, de encontrar a alguien con quien conversar al volver a casa. Es desolador. Y, sin embargo, él lo cuenta con naturalidad: es su día a día, su condena asumida.
Al menos hasta que llega ella: la joven y bella Nastenka. Una noche cualquiera, recorriendo la ribera, comienza el ciclo de cuatro noches y una mañana. Las noches, luminosas para el alma del protagonista, contrastan con la mañana, que con su claridad actúa como epílogo oscuro y lo devuelve al punto de partida. O quizá peor, porque ahora ya ha sentido lo que es amar: no a una idea, no a un futuro incierto, sino a una persona de carne y hueso, tan real, tan viva.
En esas cuatro noches ambos abren sus almas y encuentran un refugio emocional. Nastenka busca resarcirse de su “amor fallido”, mientras el joven experimenta una emoción incontenible: la de compartir, por primera vez, esos monólogos internos que siempre habían quedado atrapados en su mente.
Pero todo ello no deja de ser puro egoísmo por ambas partes, un cúmulo de expectativas irresolubles que desembocan en una catarsis inevitable: la vuelta a la soledad del protagonista y el nacimiento del amor para Nastenka. Ambos se usaron como espejos, como paños de lágrimas para lavar sus propias culpas y carencias.
Por eso, y por miles de matices más, Noches blancas, aun siendo uno de los primeros relatos cortos de Dostoievski, es una síntesis atemporal del peso de las expectativas y del dolor de la soledad.
Recomendamos, en el caso de que estéis interesados, comprar la versión ilustrada del libro.
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Me ha encantado vuestra reseña, hace mucho que lo leí y me dejó tocado. Las reflexiones que extraéis son increíbles y nunca me había planteado ciertas cosas! Me encanta vuestro blog
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